Confesiones de una adicta

Confieso que era adicta...
Fui adicta a la soledad
y a la melancolía,
era adicta a ese sentimiento
de vivir en eterna agonía.

La sensación de tristeza
me hacía acariciar a la demencia
y entonces me lanzaba
a mares de agua salada 
sin saber nadar...
como un objeto a la deriva.

No me sentía viva
ni siquiera me sentía humana,
era más bien un objeto inanimado
que a pesar de tener ojos no veía
y a pesar de poder respirar
lo hacía de forma mecánica,
y caminaba...
como un robot 
de movimientos pre instalados
y poco... pero hablaba
de vez en cuando con otros "humanos".

Era adicta
a sentir dolor,
en cierto modo esa era mi felicidad
porque no conocía otra forma.
Y fui necia,
y fui cobarde...
y me hice la víctima
y también eché culpas
que no quería asumir como mías.

Era adicta, sí,
hasta que decidí salir
y hacer cosas diferentes,
conocer nuevos sentimientos
que no fueran tristes ni dolientes
¿y por qué no?
conocer a otras gentes
y aprender de ellos,
y me salieron alas...
y se expandió mi mente.

Todo eso ya es pasado...
el amor habita mi presente
y es mi aliado,
mi compañero que me vigila
de no regresar a antiguos vicios.
Mi entorno no cambió,
fui yo quien ahora ve todo distinto,
y me acepté,
mis errores perdoné
y también a quien yo creía
que tanto daño me hizo,
porque no lo hizo...
yo lo permití
y como no me corresponde 
ese sentimiento
decidí dejarlo ir.

Hay días tristes como todos...
hay también a lo que llamo
"días de bajón",
pero ya no son permanentes,
son estaciones pasajeras
donde no pretendo quedarme,
prefiero aferrarme al presente
y vivir...
porque nada dura para siempre.

Dalia Hernández 
Derechos reservados 
2019



Comentarios

Entradas más populares de este blog

Cuando quieras volver

Vendedor de ilusiones

Amor de hielo